sábado, 23 de enero de 2016

EL ARTESANO ECOLOGISTA DIEGO SANCHEZ "EL REY DE LA PEPA E MANGO"



DIEGO SANCHEZ.
La vida de Diego Sánchez es la típica historia de aquel venezolano que se vino a Caracas buscando fortuna. Su padre vendía tierra de abono en Acarigua y su madre, que se dedicaba "a cuidar el rancho", le decía siempre que en la lejana capital la gente botaba los reales en el piso.

Allá en su Portuguesa natal, Sánchez se ganaba la vida haciendo carritos con tusas (la mazorca del maíz) y ruedas de chapa o de múcura (la lata donde venía el aceite de comer), y también juegos infantiles: "Nada como los trompos con madera del guayabo, que son los más duros".

Y aunque dice que de todos lados venían a buscar sus productos, la cosa se puso económicamente peor a finales de los ochenta y Sánchez puso rumbo hacia Caracas. "Me acuerdo que fue cuando Fermín ganó la alcaldía", recuerda.






Para ganarse la vida en la ciudad empezó a hacer adornos (collares, pulseras, anillos) con materiales de desecho que encontraba en la calle: paraparas, pepas de zamuro, peonías, cacao seco, pinos de la plaza Bolívar, semillas de retama o lágrimas de San Pedro, unas semillas blancas que conseguía a la orilla de la carretera.

Vendiendo sus productos en la calle recorrió toda Caracas, de Caricuao a Petare, y pronto empezó a diversificar sus creaciones y comenzó a elaborar lo que con el tiempo sería su "bestseller": animalitos en base a una pepa de mango.

Sus producciones llegarían a exhibirse en el café El Grito de El Silencio y hasta en la tienda del Museo de Bellas Artes, pero él sigue vendiendo sus animales en la calle: cangrejos, caballos, chigüires, perros, cochinos... y también el más famoso: la libélula.

"Es el animal de la suerte, y para mí también lo ha sido. En los Llanos le dicen caballito del diablo y brincapozos en los Andes. Pero a mí me gusta como le dicen aquí: libélula", dice.

Cualquier cosa que encuentra en la calle es buena para empezar a construir sus animales: el tornillo de una cisterna, la tapa de un lapicero, un gancho de pelo, una llave.

En la tienda del museo de Bellas Artes lo presentaban como "El artista de la pepa de mango", y cuando lo han llevado a contar su experiencia en escuelas, en museos o en Pdvsa La Estancia, siempre se presenta así. "Para mí es un honor que me vean así, como el artista de la pepa de mango".

A pesar de todo el reconocimiento que ha encontrado, asegura que le gusta eso de transformar desechos en un motivo estético, le gusta haberse dado cuenta de que su mamá tenía razón: en Caracas el dinero se encuentra tirado en la calle.

JAVIER BRASSESCO |  EL UNIVERSAL
Domingo 26 de junio de 2011  12:00 AM