jueves, 22 de diciembre de 2016

Se cumplen 28 años del asesinato del activista ambientalista Chico Mendes

Mendes fue asesinado en 1988 por terratenientes de la Unión Demócrata Ruralista después de una intensa campaña contra la colonización de la selva amazónica por parte de las empresas mineras y forestales.
MADRID// “A Chico Méndes lo mataron. Era un defensor y un ángel de toda la Amazonía. Él murió a sangre fría; lo sabía Collor de Melo y también la policía”. Esta es la primera estrofa de Cuando los ángeles lloran, la canción que el grupo mexicano Maná quiso dedicarle a este activista ambientalista brasilero cuatro años después de que lo mataran. Ayer, 22 de diciembre de 2016 se cumplieron 28 años de este asesinato. Desde su muerte, miles de activistas en todo el mundo lo recuerdan y mantienen viva su lucha por salvar la Amazonía de los especuladores y grandes empresarios.

Francisco Alves Mendes Filho nació en 1944, en la región de Xapuri, una zona de la Amazonía brasilera cercana a Bolivia. Su padre era un trabajador del caucho que se había trasladado en los años 20 al Estado de Acre, como tantos otros ciudadanos, debido a la mala situación económica del país. En la década en la que nació Mendes había una fuerte competencia entre la producción de caucho en Brasil y la que había surgido en el sudeste de Asia que se agudizó tras el estallido de la II Guerra Mundial.
En 1964 el presidente Joao Gulart fue depuesto por un golpe de Estado cívico-militar que colocó en la presidencia del país a Ranieri Mazzilli. Un año después, el Gobierno brasilero decidió “promover el desarrollo”, lo que en la práctica se tradujo en la apropiación por parte de los grandes terratenientes afines a los golpistas genocidas de seis millones de hectáreas de la región de Acre. Un expolio violento e ilegal que supuso el saqueo de los indígenas y las familias de los seringalistas (trabajadores del caucho) a los que dejaron sin nada.
Esta expropiación territorial pudo hacerse efectiva gracias a que se incendiaron las casas de los legítimos propietarios y mataron a los ganados que muchos de ellos tenían. Todo ello para poder deforestar la zona y poder utilizarla como mejor conviniera a sus fines. La situación empeoró notablemente a partir de los años 70, cuando el gobierno militar decidió llevar a cabo un megaproyecto de construcción de carreteras para atravesar el bosque amazónico y que iba a abarcar unos 3.200 kilómetros.
Este proyecto provocó que se habilitaran tierras para la colonización de la selva amazónica por parte de las empresas mineras y forestales. Para poder llevarlo a cabo, comenzaron a deforestar enormes extensiones de la Amazonía, lo que no solamente contribuyó a destruir el ecosistema de la zona, sino que, además, se tradujo en más de 500 toneladas de gastes tóxicos que se aportaron a la atmósfera (el 10% del aporte mundial de gases que producen el efecto invernadero en todo el planeta).
Cansados de soportar los abusos de los terratenientes y los empresarios brasileros y extranjeros, comenzaron a surgir movimientos de seringueiros y campesinos liderados por activistas como Chico Mendes y Wilson Pinheiro, al que asesinaron en 1980. Juntos decidieron llevar a cabo lo que se conoció como empates; es decir, acciones de resistencia pacífica para evitar que se incendiaran nuevas zonas en riesgo de deforestación. Estos empates, entre 1976 y 1988, año del asesinato de Mendes, trajeron consigo más de 400 detenidos y decenas de torturados y asesinados, aunque consiguieron salvar más de un millón de hectáreas. Durante el proceso, adquirieron tal relevancia internacional que se generó un movimiento ambientalista mundial con implicaciones políticas, económicas y sociales.
Mendes se volvió demasiado incómodo
El movimiento ambientalista internacional que se creó en todo el mundo sirvió como medio para escrachar al Gobierno brasilero, ya que permitió que se conociera la política que estaban llevando a cabo, basada en la vulneración de los derechos humanos y medioambientales. También dejó al descubierto al Banco Mundial, que era la institución que financiaba la mayoría de los proyectos de “desarrollo económico” de los dictadores.
Este hecho, sumado al documental que elaboró Adrian Cowell sobre la devastación de la selva amazónica, La década de la destrucción, forzó al Banco Mundial a congelar un presupuesto que tenía pensado invertir en la construcción de nuevas carreteras. Chico Mendes aprovechó este parón para crear las reservas extractivas, que había sido una de las reivindicaciones históricas de los seringalistas. Estas reservas consistían en aprovechar las zonas a las que habían salvado de la deforestación para producir caucho,  recolectar frutos o iniciar proyectos para la preservación de estos territorios.
Dado el éxito que comenzó a tener, Mendes viajó a Estados Unidos para hablarle de sus ideas a algunos directivos del Banco Mundial y a varios senadores estadounidenses. Además, en 1987 ganó el Premio Global 500 de la ONU y el Better World Society, creado por Ted Turner, dueño de la CNN. A pesar de los intentos de silenciar el proyecto de Mendes por parte del gobierno de Brasil, que tenía a su servicio a la gran mayoría de los medios de comunicación del país, la Iglesia católica brasilera, encabezada por los sacerdotes de la Teología de la Liberación, comenzó a hacer campaña entre sus fieles para que se adhirieran a él.
Cuanta mayor era la repercusión social y mediática, nacional e internacional, que obtenía Mendes, más consciente era de que el poder económico no lo dejaría seguir con sus proyectos. A mediados de diciembre de 1988 pronunció un discurso que resultó ser premonitorio: “No quiero flores en mi tumba porque sé que se irán a arrancarlas a la selva. Sólo quiero que mi muerte contribuya a terminar con la impunidad de los matones, que cuentan con la protección de la policía, y que ya han matado a más de 50 personas como yo, líderes seringueiros dispuestos a salvar la selva amazónica y a demostrar que el progreso sin destrucción es posible”.
El 22 de diciembre de 1988 Darly Alves da Silva y su hijo Darcy, miembros de la Unión Demócrata Ruralista, asesinaron a Chico Mendes en su casa de Xapiru. Tal y como había advertido el activista brasilero, no era el primer crimen que cometían los terratenientes, por lo que más de 30 entidades sindicales, religiosas, políticas y de defensa de los derechos humanos y medioambientales, crearon el Comité Chico Mendes para que los asesinos no salieran impunes esta vez. Dos años después de haberlo matado, en 1990, los Alves da Silva fueron condenados a 19 años de cárcel por el asesinato del activista.
La Amazonía brasilera hoy
La lucha de los seringueiros sirvió para concienciar a la comunidad internacional de la relevancia que tenía para el planeta Tierra preservar y proteger la selva amazónica, pero no para frenar ni la deforestación ni el asesinato de activistas, campesinos o indígenas de la zona. Según los datos ofrecidos por el Gobierno de Brasil, desde 1988 hasta 2009 se han deforestado más de 370.000 kilómetros cuadrados de bosque. Y sigue sin mejorar. Tras un ligero descenso entre 2009 y 2011, el pasado mes de noviembre, la ministra brasileña de medio ambiente, Izabella Teixeira, reconoció que la deforestación había aumentado casi un 30% entre agosto de 2012 y julio de este año.
Respecto a los activistas, desde que los seringueiros comenzaron con sus empates hasta que asesinaron a Mendes, habían matado a alrededor de mil personas entre dirigentes sindicales, militantes de izquierdas, sacerdotes de la Teología de la Liberación, abogados e indígenas. Y no frenaron a pesar de la repercusión mundial que alcanzó la muerte de Mendes.
En la región de Parauepebas, en Pará, donde la lucha entre los campesinos y los terratenientes es especialmente violenta, dos líderes del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra fueron asesinados en marzo de 1998, tras una década cruenta en la que ya habían fallecido más de 500 campesinos. Las muertes de activistas brasileros han seguido sucediéndose, especialmente en esta área de la Amazonía.
El pasado mes de agosto salió a la luz que habían asesinado a tiros en Brasil a un biólogo español y activista ambiental, Gonzalo Alonso. Su mujer declaró que sospechaba que su muerte se podía deber a las denuncias de Alonso contra cazadores furtivos y pirómanos que buscaban abrir espacios para la ganadería. Un hecho que Amnistía Internacional aprovechó para reiterar su preocupación por la seguridad de los defensores del medio ambiente en Brasil.
De acuerdo con su informe Transformar el dolor en esperanza: defensores de Derechos humanos en América, publicado a finales de 2012, alrededor de 20 activistas fueron asesinados en Brasil entre 2011 y 2012, y más de 300 han sufrido amenazas, intimidación, hostigamiento, ataques en toda Latinoamérica. En el discurso premonitorio que ofreció días antes de su muerte, Chico Mendes lo tenía claro: “Si descendiese un enviado de los cielos y me garantizase que mi muerte facilitaría nuestra lucha, hasta valdría la pena. Pero la experiencia me enseña lo contrario. Las manifestaciones o los entierros no salvarán la Amazonia. Quiero vivir”.
No pudo evitar que lo asesinaran, pero su recuerdo y la lucha que lo llevó a pelear por salvar la Amazonía aún hoy siguen vivas en la memoria y en las acciones de muchos. Una lucha que, tal y como el propio Mendes descubrió, no se limita a proteger un puñado de árboles en medio de la selva: “Al comienzo, pensaba que estaba luchando para salvar a los árboles de caucho, después pensaba que estaba luchando para salvar la selva amazónica. Ahora, me doy cuenta de que estoy luchando por la Humanidad”.


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