Mendes fue
asesinado en 1988 por terratenientes de la Unión Demócrata
Ruralista después de una intensa campaña contra la colonización de la selva
amazónica por parte de las empresas mineras y forestales.
MADRID// “A Chico Méndes lo mataron. Era un defensor y
un ángel de toda la
Amazonía. Él murió a sangre fría; lo sabía Collor de Melo y
también la policía”. Esta es la primera estrofa de Cuando los ángeles lloran,
la canción que el grupo mexicano Maná quiso dedicarle a este
activista ambientalista brasilero cuatro años después de
que lo mataran. Ayer, 22 de diciembre de 2016 se cumplieron 28 años de este asesinato. Desde
su muerte, miles de activistas en todo el mundo lo
recuerdan y mantienen viva su lucha por salvar la Amazonía de los
especuladores y grandes empresarios.
Francisco Alves Mendes Filho nació en 1944, en la región de
Xapuri, una zona de la
Amazonía brasilera cercana a Bolivia. Su
padre era un trabajador del caucho que se había trasladado en los años 20
al Estado de Acre, como tantos otros ciudadanos, debido a la mala situación
económica del país. En la década en la que nació Mendes había una fuerte
competencia entre la producción de caucho en Brasil y la que había surgido en
el sudeste de Asia que
se agudizó tras el estallido de la
II Guerra Mundial.
En 1964 el presidente Joao Gulart fue depuesto por un golpe
de Estado cívico-militar que colocó en la presidencia del país a Ranieri
Mazzilli. Un año después, el Gobierno brasilero decidió “promover el desarrollo”,
lo que en la práctica se tradujo en la apropiación por parte de los grandes
terratenientes afines a los golpistas genocidas de seis millones de hectáreas
de la región de Acre. Un expolio violento e ilegal que supuso el saqueo de los
indígenas y las familias de los seringalistas (trabajadores del caucho) a los
que dejaron sin nada.
Esta expropiación territorial pudo hacerse efectiva gracias
a que se incendiaron las casas de los legítimos propietarios y mataron a los
ganados que muchos de ellos tenían. Todo ello para poder deforestar la zona y poder utilizarla como mejor
conviniera a sus fines. La situación empeoró notablemente a
partir de los años 70, cuando el gobierno militar decidió llevar a cabo un megaproyecto de construcción de carreteras para atravesar el bosque amazónico y
que iba a abarcar unos 3.200
kilómetros .
Este proyecto provocó que se habilitaran tierras para la colonización
de la selva amazónica por parte de las empresas mineras y forestales.
Para poder llevarlo a cabo, comenzaron a deforestar enormes extensiones de la Amazonía , lo que no
solamente contribuyó a destruir el ecosistema de la zona, sino que, además, se
tradujo en más de 500 toneladas de gastes tóxicos que se aportaron a la
atmósfera (el 10%
del aporte mundial de gases que producen el efecto invernadero en todo el
planeta).
Cansados de soportar los abusos de los terratenientes y los
empresarios brasileros y extranjeros, comenzaron a surgir movimientos de
seringueiros y campesinos liderados por activistas como Chico Mendes y Wilson
Pinheiro, al que asesinaron en 1980. Juntos decidieron llevar a cabo lo que se conoció como empates; es decir, acciones de resistencia
pacífica para evitar que se incendiaran nuevas zonas en riesgo de
deforestación. Estos empates, entre 1976 y 1988, año del asesinato de Mendes, trajeron consigo
más de 400 detenidos y
decenas de torturados y asesinados, aunque consiguieron salvar
más de un millón de hectáreas. Durante el proceso, adquirieron tal
relevancia internacional que se generó un movimiento ambientalista mundial con
implicaciones políticas, económicas y sociales.
Mendes se volvió demasiado incómodo
El movimiento ambientalista internacional que se creó en
todo el mundo sirvió como medio para
escrachar al Gobierno brasilero, ya que permitió que se
conociera la política que estaban llevando a cabo, basada en la vulneración
de los derechos humanos y medioambientales. También dejó al
descubierto al Banco Mundial, que era la institución que financiaba la mayoría
de los proyectos de “desarrollo económico” de los dictadores.
Este hecho, sumado al documental que elaboró Adrian Cowell
sobre la devastación de la selva amazónica, La década de la destrucción, forzó
al Banco Mundial a congelar un presupuesto que tenía pensado invertir en la
construcción de nuevas carreteras. Chico Mendes aprovechó este
parón para crear las reservas extractivas, que había sido una de las reivindicaciones
históricas de los seringalistas. Estas reservas consistían en
aprovechar las zonas a las que habían salvado de la deforestación para producir
caucho, recolectar frutos o iniciar proyectos para la preservación de
estos territorios.
Dado el éxito que comenzó a tener, Mendes viajó a Estados
Unidos para hablarle de sus ideas a algunos directivos del Banco Mundial y a
varios senadores estadounidenses. Además, en 1987 ganó el Premio Global 500 de la ONU y el Better World Society,
creado por Ted Turner, dueño de la
CNN. A pesar de los intentos de silenciar
el proyecto de Mendes por parte del gobierno de Brasil, que tenía a su servicio
a la gran mayoría de los medios de comunicación del país, la Iglesia católica
brasilera, encabezada por los sacerdotes de la Teología de la Liberación , comenzó a
hacer campaña entre sus fieles para que se adhirieran a él.
Cuanta mayor era la repercusión social y mediática, nacional
e internacional, que obtenía Mendes, más consciente era de que el poder
económico no lo dejaría seguir con sus proyectos. A mediados de diciembre de
1988 pronunció un discurso que resultó ser premonitorio: “No
quiero flores en mi tumba porque sé que se irán a arrancarlas a la selva. Sólo
quiero que mi muerte contribuya a terminar con la impunidad de los matones,
que cuentan con la protección de la policía, y que ya han matado a más de 50
personas como yo, líderes seringueiros dispuestos a salvar la selva amazónica y
a demostrar que el progreso sin destrucción es posible”.
El 22 de diciembre de 1988 Darly Alves da Silva y su hijo Darcy, miembros de la Unión Demócrata
Ruralista, asesinaron a Chico Mendes en su casa de Xapiru. Tal y como había
advertido el activista brasilero, no era el primer crimen que cometían los
terratenientes, por lo que más de 30 entidades sindicales, religiosas,
políticas y de defensa de los derechos humanos y medioambientales, crearon el Comité Chico Mendes para que los asesinos no salieran
impunes esta vez. Dos años después de haberlo matado, en 1990, los
Alves da Silva fueron condenados a 19 años de cárcel por el asesinato del activista.
La lucha de los seringueiros sirvió para concienciar a la
comunidad internacional de la relevancia que tenía para el planeta Tierra
preservar y proteger la selva amazónica, pero no para frenar ni la deforestación ni el asesinato de activistas,
campesinos o indígenas de la zona. Según los datos
ofrecidos por el Gobierno de Brasil, desde 1988 hasta 2009 se han deforestado más de 370.000 kilómetros
cuadrados de bosque. Y sigue sin mejorar. Tras un ligero
descenso entre 2009 y 2011, el pasado mes de noviembre, la ministra brasileña
de medio ambiente, Izabella Teixeira, reconoció que la deforestación había
aumentado casi un 30% entre agosto de 2012 y julio de este año.
Respecto a los activistas, desde que los seringueiros
comenzaron con sus empates hasta que asesinaron a Mendes, habían
matado a alrededor de mil personas entre dirigentes sindicales, militantes de
izquierdas, sacerdotes de la
Teología de la
Liberación , abogados e indígenas. Y no
frenaron a pesar de la repercusión mundial que alcanzó la muerte de Mendes.
En la región de Parauepebas, en Pará, donde la lucha entre
los campesinos y los terratenientes es especialmente violenta, dos
líderes del Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra fueron asesinados en
marzo de 1998, tras una década cruenta en la que ya habían
fallecido más de 500 campesinos. Las muertes de activistas brasileros han
seguido sucediéndose, especialmente en esta área de la Amazonía.
El pasado mes de agosto salió a la luz que habían asesinado
a tiros en Brasil a un biólogo español y activista ambiental, Gonzalo Alonso. Su
mujer declaró que sospechaba que su muerte se podía deber a las denuncias
de Alonso contra cazadores furtivos y pirómanos que buscaban abrir espacios
para la ganadería. Un hecho que Amnistía Internacional
aprovechó para reiterar su preocupación por la seguridad de los defensores del
medio ambiente en Brasil.
De acuerdo con su informe Transformar el dolor en esperanza: defensores de Derechos humanos
en América, publicado a finales de 2012, alrededor
de 20 activistas fueron asesinados en Brasil entre 2011 y 2012, y más de 300
han sufrido amenazas, intimidación, hostigamiento, ataques en toda
Latinoamérica. En el discurso premonitorio que ofreció días
antes de su muerte, Chico Mendes lo tenía claro: “Si descendiese un enviado de
los cielos y me garantizase que mi muerte facilitaría nuestra lucha, hasta
valdría la pena. Pero la experiencia me enseña lo contrario. Las
manifestaciones o los entierros no salvarán la Amazonia. Quiero
vivir”.
No pudo evitar que lo asesinaran, pero su recuerdo y la
lucha que lo llevó a pelear por salvar la Amazonía aún hoy siguen vivas en la memoria y en
las acciones de muchos. Una lucha que, tal y como el propio
Mendes descubrió, no se limita a proteger un puñado de árboles en medio de la
selva: “Al comienzo, pensaba que estaba luchando para salvar a los árboles de
caucho, después pensaba que estaba
luchando para salvar la selva amazónica. Ahora, me doy cuenta de que estoy
luchando por la Humanidad ”.
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